Fallece el padre José Díaz López

Padre José Ruiz con mascarilla

La muerte por coronavirus del padre José Díaz López, capellán del Hospital Puerta del Mar y vicario de la parroquia de San José, ha conmocionado a los pacientes, creyentes y no creyentes, a los que, con su característica naturalidad, él ha tratado. Es comprensible, por lo tanto, que todos los comentarios hayan sido expresiones de sincero cariño. “Hombre sencillo, cordial y directo, nos hablaba -me dice una paciente- con amabilidad. Con sus bromas y con sus chistes nos animaba para soportar nuestras dolencias y siempre nos abría las puertas de la esperanza: era un sacerdote que nos escuchaba y nos comprendía”.

Padre José

 

El padre José conjugó con singular destreza la fidelidad inquebrantable al Evangelio con una profunda pasión por la Iglesia y con un permanente servicio a los enfermos. Todos los que lo han tratado coinciden en que, por encima de todas sus cualidades, destacaba el vigor con el que encaraba las dificultades de la vida, la fortaleza con la que afrontaba las adversidades y la firmeza con la que defendía sus hondas convicciones.

 

Padre José junto al obispoCon sus gestos y con sus actitudes, poseía una notable destreza para lograr que nos despojáramos de poses ridículas, de fórmulas estereotipadas, de posturas artificiales, esas máscaras inútiles que ocultan o disimulan nuestra radical pequeñez. “Tenemos -repetía- que confiar en el amor misericordioso de nuestro Padre que está en el cielo y en la tierra, en las iglesias, en las calles, en nuestras casas y en el fondo de nuestro corazón”, y explicaba aquella frase del Evangelio: “Él se revela, no tanto a los sabios y a los entendidos, sino a la gente sencilla”. El padre José estaba convencido de que la oración cristiana es una conversación con el Padre nuestro, con el Dios de Jesús, el “Dios de los pobres”, el defensor de los enfermos, el que se ha encarnado para “buscar y para salvar lo que estaba perdido”. Por eso los animaba apara que, insistentemente, dieran gracias por las cosas buenas con las que, a pesar de las dolencias, podían disfrutar.

Esperanzado creyente en los seres humanos, los alentaba para que, con templanza, con serenidad, con respeto y con cariño, entabláramos conversaciones abiertas con todos los hombres de buena voluntad pero que, de manera preferente, nos acercáramos a los enfermos y a todos los que sufren. Este sacerdote bueno ha constituido para todos un modelo de servicio a los que sufren. Se nos ha muerto una gran persona que nos ha dado una lección de profunda humanidad y de sencillez evangélica. Que descanse en paz.

 

por
José Antonio Hernández G.