ARQUITECTO CULTO, INTELIGENTE Y APASIONADO
Un amigo me decía esta mañana que Julio Malo de Molina era uno de los últimos ilustrados de Cádiz. Sí, era muy culto, inteligente pero, por encima de todo, extremadamente apasionado. Su entusiasmo por la vida, los viajes, por amar y sentirse amado, su alegría desbocada prevalecían sobre el ejercicio de una profesión, la de arquitecto, que compaginaba con otras múltiples facetas de las que también era un maestro: la literatura, el diseño gráfico, la tertulia…En la Asociación de la Prensa de Cádiz acudíamos siempre a él para regalar a nuestros visitantes un paseo guiado por el centro histórico…Todos se iban prendados de la ciudad en la que Julio vivía por amor a sus edificios, a sus calles, a su historia y a su gente.
Le conocí de niña cuando, amiga de su hermano Enrique, esperaba ansiosa la espectacular llegada de su familia, afincada en Madrid, para veranear en el chalé con piscina que tenían en lo que hoy es Comisaría. Nos reencontramos cuando yo empezaba mi vida como periodista y él era ya un prestigioso arquitecto de izquierdas, comprometido y combativo, que luchaba junto a otros compañeros para salvar a Cádiz de la voracidad constructiva que pretendía edificar el istmo con San Fernando, seguir rellenando la Bahía o demoler joyas arquitectónicas. No siempre tuvo éxito. Intentó, por ejemplo, la catalogación y protección de la escasa arquitectura y ornamentación modernista que había sobrevivido en la ciudad.
Los edificios que diseñó estaban llenos de luz y de espacios para la convivencia aunque, algunos, como las viviendas sociales de Chiclana eran demasiado modernos para la época y la mentalidad de quienes debían habitarlos. Sus guías de Cádiz y Tetuán son libros imprescindibles.
Ser el primer decano del Colegio de Arquitectos no es un valor en sí mismo porque lo importante es que el organismo profesional brilló como nunca, implicándose en la vida de la ciudad y opinando, como voz autorizada, en aquellos asuntos urbanísticos que generaban disensos políticos y sociales.
Julio tenía un alma femenina, posiblemente heredada de su madre, que conectaba estrechamente con las mujeres. Tal vez, su lado coqueto, lenguaraz, divertido y polifacético, su ambición relegada, ayudó a que los sucesivos dirigentes políticos que ha tenido la ciudad no le tomasen en serio ni aceptasen los consejos que regalaba. Una pena porque, de haber sido de otra manera, hoy tendríamos una ciudad mejor, más moderna y próspera.
Julio, te has ido antes de tiempo pero tu recuerdo es para mí un regalo, siempre alegrará la vida de quienes tuvimos la suerte de conocerte y tratarte.