Científicos andaluces revelan el impacto de las cremas solares sobre las praderas marinas de la Bahía de Cádiz

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Equipo de investigación que ha trabajado en el estudio
Redacción OC

El trabajo, cofinanciado por la Consejería de Universidad, determina que los fotoprotectores alteran la capacidad de absorción de carbono de algunas plantas

 

Un equipo de investigación liderado por el Instituto Universitario de Investigación Marina (INMAR) de la Universidad de Cádiz, en colaboración con el Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMAN-CSIC), ha evaluado el efecto que producen las cremas solares sobre la Cymodocea nodosa (seba), una de las plantas marinas más abundantes de la bahía de Cádiz. El estudio revela que los fotoprotectores alteran su capacidad de capturar carbono, una de las principales aportaciones de esta especie en la lucha contra el cambio climático.

 Se trata del primer trabajo que analiza el impacto de las lociones solares sobre las praderas del litoral gaditano y su microbioma; es decir, la comunidad completa de microorganismos. Simulando en laboratorio las condiciones del medio acuático, los expertos han comprobado que la exposición continuada a estos productos puede afectar tanto a la fisiología de la planta como a las bacterias que viven asociadas a ella, aumentando su vulnerabilidad frente a enfermedades.

 El estudio forma parte de los proyectos RECOUNT, SERCADY y CREMAR, cofinanciados por la Consejería de Universidad, Investigación e Innovación de la Junta de Andalucía y fondos FEDER, y del proyecto nacional iBesblue, del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades.

 La investigación pone el foco en una actividad humana cotidiana en verano, especialmente en zonas costeras con alta presión turística. “Actualmente existe un uso generalizado de las cremas solares por la gran concienciación de su utilidad para proteger frente al cáncer de piel, pero quizás deberíamos optar por opciones más naturales, porque pueden tener efectos ambientales significativos”, destaca a la Fundación Descubre Juan José Vergara, uno de los autores del estudio.

 Las conclusiones, presentadas en el artículo The temperate seagrass species Cymodocea nodosa and the associated bacteria co-response to sunscreen pollution’  publicado en la revista Marine Environmental Research, señalan la necesidad de revisar la formulación y regulación de estos productos para salvaguardar los ecosistemas costeros.

Cymodocea nodosa es una fanerógama marina que forma densas praderas en aguas poco profundas. En la bahía de Cádiz supone refugio y alimento de una gran variedad de especies, desde juveniles de dorada y lubina, a camarones, cangrejos y moluscos. Además, estabiliza el sedimento y actúa como sumidero de carbono azul, lo que supone que captura dióxido de carbono de la atmósfera durante la fotosíntesis y lo almacena, convirtiéndose en un aliado natural frente al cambio climático.

 Sin embargo, su proximidad a la superficie y a zonas de baño la hacen especialmente vulnerable a los denominados contaminantes emergentes, como pueden ser microplásticos, fármacos o productos de cuidado personal, entre los que se encuentran las cremas solares.

 Para evaluar este impacto, los investigadores diseñaron un experimento en mesocosmos, consistente en un sistema de acuarios para reproducir condiciones ambientales reales en cuanto a luz, temperatura y salinidad. Durante un mes trabajaron con tres grupos de plantas: una sin exposición a cremas que sirvió de control, y otras dos con una concentración media y alta. El objetivo era monitorizar variables como la capacidad fotosintética, la liberación de carbono, la salud del tejido vegetal y la composición del microbioma.

 En concreto, emplearon una mezcla de cinco fotoprotectores comerciales, seleccionados entre los más vendidos en Europa, de distintos factores solares y formatos de aplicación. Las concentraciones se fijaron en base a estudios previos que detectaron niveles similares en playas gaditanas muy frecuentadas, como La Caleta en temporada de verano. “Hay experimentos que trabajan con un producto o solo ciertos componentes o filtros, pero nuestro propósito era simular el escenario más realista posible, donde cada bañista usa una crema diferente”, explica Marina Isabel Vilaplana, primera autora del estudio.

Los resultados mostraron que las plantas expuestas redujeron su capacidad de realizar la fotosíntesis al consumir más oxígeno del que producían, lo que provocó un cambio del ecosistema de un estado autotrófico (que capta carbono) a uno heterotrófico (que lo emite). Esta alteración del metabolismo puede suponer una pérdida de la función de las praderas como sumidero natural de carbono, una de sus principales aportaciones contra el calentamiento global.

Además, el equipo detectó un aumento en la liberación de carbono orgánico disuelto, especialmente por la noche, y una modificación profunda en el microbioma, con una pérdida de diversidad de bacterias en general, disminuyendo las especies protectoras y creciendo las potencialmente patógenas. También advirtieron mayor daño en las hojas, con niveles de necrosis, casi al doble en las plantas expuestas a la mayor concentración de crema solar.

 Sin embargo, contemplaron un ascenso significativo de almidón en los rizomas, los tallos subterráneos donde almacena sus reservas, que los expertos interpretan como un posible signo de resistencia. “A pesar de no estar funcionando lo bien que debía, la planta es bastante resiliente, lo cual no quita el efecto negativo de las cremas. Son un elemento más contra la viabilidad de estas praderas, que se enfrentan a muchos factores que le generan estrés, comprometiendo su salud a largo plazo”, indica Vergara.

 En consecuencia, el estudio subraya la necesidad de revisar la composición y etiquetado de los fotoprotectores, ya que términos como reef-safe o eco-friendly no están regulados ni siempre respaldados por evidencia científica. “A partir de trabajos como el nuestro se podrían crear cremas con formulaciones que tengan un menor impacto o hacer como en ciertos países o regiones donde se prohíben o restringen aquellos componentes más perjudiciales para los ecosistemas marinos”, propone Vilaplana.