Social

Medio centenar de personas son atendidas en el programa de acogida de la Asociación Cardijn

Cardijn abre sus puertas en 1993 para atender a los colectivos más desfavorecidos.
Cardijn abre sus puertas en 1993 para atender a los colectivos más desfavorecidos.
Mayte Huguet

La entidad, dependiente del Secretariado Diocesano para las Migraciones de Cádiz, ofrece actividades de formación en idiomas y de orientación laboral de cara a la integración de los migrantes en la sociedad. 

La llegada de las primeras pateras desconcertó a una Europa que no entendía cómo cientos de personas eran capaces de arriesgar su vida para encontrar una nueva. Pero esos hombres y mujeres, y hasta niños luchaban por llegar a una tierra para soñar aunque su situación fuese ilegal.

Cuando esa barca conseguía llegar a la playa, porque algunas quedaban por el camino arrastrando vidas, algunos conseguían huir de los Cuerpos y Seguridad del Estado y, con miedo, comenzar a caminar y hacer realidad su sueño.

Pero otros, eran detenidos, que, a pesar de lo que se pueda pensar, para algunos comenzaba esa segunda oportunidad que, a veces, da la vida.

Desde mediados de los años 90 se abrieron las puertas de la Asociación Cardijn para estos integrantes. Una entidad laica, pero dependiente del Secretariado Diocesano para las Migraciones de Cádiz. Desde entonces, por esta casa han pasado cientos de personas. Ahora se atiende a 52.

Thomas Didier vino de Camerún hace 3 años. Llegó a España en una patera a Canarias. Allí fue detenido y fue trasladado a Cádiz hasta la Asociación Cardijn. Thomas no sabía español. Tampoco tenía preparación. Pero para él esto no fue impedimento para que decidiese querer huir de su país.

En Trille ha aprendido a hablar y leer español, ha conseguido aprobar la educación secundaria y ahora duda entre dar el salto al bachiller o estudiar formación profesional. Pero todo en aras de encontrar un futuro.

Recogemos también el testimonio de Idriss Boucharqour, que nació en Marruecos. Su vida era complicada. Sin trabajo, sin perspectivas. Así que decidió que, la mejor opción, era emprender un viaje que tenía billete de ida, pero no de vuelta. Viajó con más de 20 personas en una pequeña barcaza hasta que llegó a las costas de Cádiz, y aquí fue aprehendido por la Guardia Civil.

Idriss también tuvo suerte, y fue acogido en la capilla en la asociación Cardijn. También aprendió el idioma, y decidió iniciar unos estudios que nunca se había planteado. Entonces sus perspectivas comenzaron a ser diferentes.

La entidad le había dado la oportunidad de labrarse un futuro, pero real. El de conseguir un trabajo, regularizar su situación y comenzar a echar raíces en la tierra que lo acogió.

Hamza Ghazi solo tiene 25 años y llegó con apenas 22 a las costas gaditanas. También en patera, porque pensó que era la mejor solución a sus problemas. No tenía nada que perder, pero mucho que ganar si todo salía bien. Y salió bien. Primero, porque no perdió su vida durante el camino. Y en segundo lugar porque, a pesar de ser apresado por la Guardia Civil, tuvo la suerte de ser trasladado a un centro de acogida donde le enseñaron que, trabajando y esforzándose, podía vivir la vida soñada.

Cádiz se ha convertido en su lugar para su nuevo destino. No sin encontrar rechazo por la calle, o alguna mirada que delata que no son bienvenidos. Pero ellos han venido a sumar. Y quieren seguir sumando.

España, y la ciudad en concreto, les ha brindado su derecho a ser libres y vivir. Y gracias a un centro de acogida donde la Iglesia Diocesana, la Iglesia de todos, les abrió la puerta. 

Se dice que de todo hay en la Viña del Señor. No todas las uvas son iguales, y las personas tampoco. No solo nos diferencia la raza, el idioma o la religión. Nos diferencia el futuro que tenemos según de dónde seamos o de dónde venimos.

Pero todos nos merecemos, siendo diferentes, iguales oportunidades para ser feliz y, vivir, al fin, con una sonrisa eterna, como la que hoy dibujan Thomas, Hamza e Idriss